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LA ESPIRULINA EN LA HISTORIA DE MÉXICO

“Cuando aún era de noche, cuando aún no había día, cuando aún no había luz, se reunieron, se convocaron los dioses allá en Teotihuacan. Dijeron, hablaron entre sí: - “!Venid acá, oh dioses! ¿Quién tomará sobre sí, quién se hará cargo de que haya días, de que haya luz?” (Portilla, 1993, p. 15).

El tecuitlatl, un alimento ancestral mexicano.

La altiplanicie central de México ha sido escenario de incontables formas de acción y vida humana, tierra de volcanes y lagos, de fértiles valles y llanuras desérticas. Los especialistas afirman que, juntos, los tiempos prehistóricos y la historia antigua del México central abarcan por lo menos diez mil años. Quienes vivieron en Mesoamérica, no ya sólo los aztecas, sino también sus vecinos texcocanos, tlaxcaltecas, y otros varios más, así como sus predecesores los toltecas, conservaron por medio de la tradición oral y de sus antiguos códices el recuerdo de su pasado (Portilla, 1993).

Las algas, especialmente las microalgas, han sido usadas como alimentos desde tiempos prehistóricos y todavía en la actualidad juegan un papel prominente en las tradiciones culinarias de muchos países, especialmente de Asia (Belay, 2008) y en menor medida en Latinoamérica (Ortiz de Montellano, 2003). La Cultura Maya de la Península de Yucatán vivía en un balance precario en medio de la selva, cuyas condiciones no eran adecuadas para la agricultura. El desarrollo de las granjas de microalgas en la época maya explica cómo una población de dos millones se logró sostener hacia el final del periodo Clásico (900 a. E.C.) a pesar de las condiciones adversas para la agricultura (Challem, 1981).

Además las tribus mayas, quienes se extendían desde Yucatán hasta Centroamérica, usaban microlagas en algunos alimentos como panes o sopas, como parte de su dieta diaria. Los mayas se referían a los alimentos con estas algas como combinaciones recomendables para una vida sana (Hills, 1978).

Por su parte, la dieta de los aztecas , de quienes se tienen la mayoría de los registros acerca de los usos y costumbres de la espirulina, era completa y balanceada, tanto cuantitativa como cualitativamente, gracias a ciertos alimentos especiales como el llamado tecuitlatl . A pesar de haber permanecido en el olvido, hoy diversos autores sugieren que esta microalga fue uno de los alimentos más importantes que hizo posible el crecimiento de la población en el periodo azteca (Santeley, Rose 1982). El tecuitlatl, hoy conocido como espirulina (A. maxima) era un alimento agradable al paladar de los nativos del centro de México, que gustaba a la mayoría de los españoles que lo consumieron (Farrar, 1966).

El primer registro de la historia que se tiene acerca del consumo de espirulina como alimento para humanos proviene de Bernal Díaz del Castillo, uno de los acompañantes de las tropas de Hernán Cortés, quien reportó en 1521 que la espirulina era cosechada de las aguas del Lago de Texcoco, a la que secaban y vendían en el mercado de Tenochtitlán (Belay, 2008).

 

Sin embargo, tal como se comentó acerca de los mayas, se han encontrado referencias que hablan del consumo de espirulina aún antes de los tiempos en los que vivieron los aztecas (Furst, 1978).

En el presente trabajo se abordan principalmente los registros en los que se ha encontrado evidencia de que los aztecas consumían espirulina.

Tenochtitlán, la capital de los aztecas, había sido construida en una isla dentro del Lago de Texcoco, cuyas aguas salobres no son aptas para el consumo humano. La isla estaba conectada al resto de las extensiones de Texcoco a través de tres calzadas elevadas. La parte más pequeña del lago mantenía un nivel más alto que el resto del mismo y estaba rodeada por calzadas elevadas lo que mantenía agua con una concentración elevada de sales minerales en este sitio, la cual no necesariamente era potable. Es precisamente esta agua de salmuera la que daba vida al tecuitlatl. El agua para consumo humano provenía de otros sitios ubicados a unos cuantos kilómetros y circulaba a través de un acueducto. El tamaño de esta ciudad asombró a Hernán Cortés y a sus acompañantes a su llegada en 1521. Sus estimados acerca de la población siempre fueron ridiculizadas como exageraciones; sin embargo, el reporte de Cortés de sesenta mil familias concuerda razonablemente con la estimación que más tarde realizaría Humboldt (1811). Desde una perspectiva conservadora, eran ciudades mucho más pobladas que las de Europa (Farrar, 1966).

De lo anterior, surge la interrogante acerca de cómo se alimentaba una población tan grande, que además transportaba la carga en las espaldas y en un país cuya agricultura y ganadería resultaban tan primitivas ante los ojos de los recién llegados españoles. Se conocen varias hipótesis, entre las que destacan las siguientes:

En el lago habitaban peces, pero no se sabe de la existencia de animales domésticos, comestibles, y de buen tamaño. El alimento básico y de primera necesidad era el maíz; no obstante, las variedades que se cultivaban en aquella época no tenían altos rendimientos. De acuerdo con algunas de las descripciones de los conquistadores acerca de los utensilios de cerámica que se ofrecían a la venta en el gran mercado de Tenochtitlán, parece que el pueblo, si bien no moría de hambre, sí enfrentaban serias dificultades para obtener recursos alimenticios (Taylor, 1861). Vale la pena mencionar que la presión para cubrir estas necesidades básicas llevó, entre otras cosas, a la invención de las famosas chinampas, mejor conocidas como jardines flotantes (Coe, 1964).

 

Una de las hipótesis menos estudiadas, que vislumbra la posibilidad de entender la interrogante acerca de las formas de alimentación de los habitantes de Tenochtitlán es el hallazgo de uno de los alimentos peculiares de los aztecas, que encontraron los españoles. Fue esta sustancia de color verde y con tonos azulados llamada tecuitlatl, la que se recogía en el salobre Lago de Texcoco y se le vendía en los mercados. Se la comía con maíz o con una salsa hecha de una mezcla de chiles y tomates (Ortiz de Montellano, 2003).

 

Pocos autores hacen referencia acerca de los usos y costumbres del tecuitlatl, alimento ancestral mexicano. Prescott, al escribir en su famoso libro acerca de la Conquista de México señala, por lo menos en dos ocasiones, referencias breves acerca de un limo o cieno que se cosechaba de la superficie del lago y era consumido por los habitantes de Tenochtitlán (Presscott, 1866, p. p. 284 y 536).

 

Cabe señalar que Prescott se refería, como primera autoridad en la materia, al historiador y religioso mexicano del siglo XVIII Francisco Javier Clavijero, quien menciona más de una vez al tecuitlatl (Clavijero, 1807, p. 431):

“No satisfechos de alimentarse de cosas vivientes, ellos también comían una cierta sustancia, como el barro, que flota sobre las aguas del lago, y que secaban al Sol para preservarlo, y hacer uso de éste como queso, al que se parecía en sabor y en gusto. Ellos le daban a esta sustancia el nombre de Tecuitlatl o excremento de las piedras” (p. 431).

No obstante, Clavijero es considerado como una fuente secundaria cuando uno se encuentra con las referencias del conquistador español y cronista de Indias Bernal Díaz del Castillo. Él fue uno de los primeros españoles en entrar a la gran Tenochtitlán. Sus memorias escritas durante los últimos días de su vida, marcadas por un lenguaje simple pero vigoroso, son un clásico de la literatura iberoamericana (Díaz del Castillo, 1955). En su amplia visión de vida y su experiencia de visitar los mercados de la época, Bernal Díaz deja espacio, aunque sea breve, para referirse a este limo o cieno:

“… pues pescadores y otros que vendían unos panecillos que hacen de una como lama que cogen de aquella gran laguna, que se cuaja y hacen panes de ello que tienen un sabor a manera de queso” (p. 279).

El México prehispánico: uso médico, ceremonial y cotidiano.

“Los aztecas según la tradición, vinieron hacia acá los últimos, desde la tierra de los chichimecas de las grandes llanuras” (Códice Matritense del real Palacio, 1906). Al hablar de la alimentación de la cultura de Anáhuac es necesario marcar la diferencia, que en la actualidad casi no se percibe, entre los alimentos cotidianos y los alimentos ceremoniales o festivos. Varios autores hacen referencia a siete alimentos básicos que formaban el universo nutrimental de los mexicas: maguey (metl), nopal (nopalli), chile (chilli), maíz (cintli), frijol (etl), calabaza (ayotl) y amaranto (huautli) (Quevedo, Leyva 2004).

La espirulina (tecuitlatl), cuyo nombre en náhuatl hace referencia a aquello que se extrae de las rocas, “ha sido consumida en el Valle de México desde antes del comienzo del periodo colonial español” (Kamminga et al., 1955, p. 232) y tal vez, más que formar parte del grupo de alimentos que se consumían todos los días, se le asociaba con alimentos ceremoniales, por su uso especial en las festividades. Algunos autores relacionan esta microalga con alimentos de los dioses, por lo que se presume que el consumo del tecuitlatl estaba relacionado con ciertos rituales de la época. Otros se refieren a que también era consumido por mensajeros, guerreros y gobernantes quienes tenían exigencias mayores en su rendimiento.

Una búsqueda ardua entre otras Crónicas del siglo XVI, revela referencias al respecto. Hernán Cortés (1877, p. p. 22-24) en sus cartas dirigidas a la Corona Española no menciona este limo, excepto en una referencia que hace acerca de la recolección de sal de las orillas del lago en ciertas festividades, en la que se puede ubicar la costumbre de consumir el tecuitlatl en épocas especiales.

Resulta interesante comentar que Hernán Cortés, a su regreso, luego de los tiempos de la conquista y ya en su retiro en España, aportó diversos materiales que forman parte de los textos de un libro escrito por un eclesiástico e historiador español, quien destacó como cronista de la conquista española, a pesar de que nunca cruzó el Atlántico ni visitó el Nuevo Mundo: Francisco López de Gómara. Este humanista, se quedaba en casa de Hernán Cortés como capellán y escuchaba con atención todo lo que decían aquellos que por allí pasaban, para crear varios libros escritos de oídas y a gusto de su patrono (Guzmán, 1989).

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Gómara, en su famoso texto La Historia General de las Indias y todo lo acaescido en ellas desde que se ganaron hasta agora y la Conquista de Mexico y de la Nueva España, escribe lo siguiente acerca del tecuitlatl:

“… y aun tierra; porque con redes de malla muy menuda abarren en cierto tiempo del ano una cosa molida que se cria sobre la agua de las lagunas de Méjico y se cuaja, que ni es yerba, ni tierra, sino como cieno. Hay de ello mucho y cogen mucho; y en eras, como quien hace sal, lo vacian, y allí se cuaja y seca. Hácenlo tortas como ladrillos, y no solo las venden en el mercado, mas llévanlas tambien á otros fuera de la ciudad y lejos. Comen esto como nosotros el queso, y así tiene un saborcillo de sal, que con chilimoli es sabroso. Y dicen que á este cebo vienen tantas aves á la laguna, que muchas veces por invierno la cubren por algunas partes” (López de Gomara, 1826, p. 348).


El tecuitlatl después de la conquista

Fray Toribio de Benavente, misionero franciscano e historiador de la Nueva España, se caracterizó por ser uno de los defensores de los indígenas en los tiempos de la conquista. Mejor conocido como el mote de Motolinía (pobrecito o desdichado en náhuatl) vivió entre los mexicas por muchos años; conocía y hablaba su lengua y compartió sus costumbres, además de participar de sus ritos alimenticios. Sus memorias escritas aproximadamente en el año de 1541 parecen ser notas de un primer borrador de su famosa obra Historia General en la que su versión acerca de la preparación del tecuitlatl es más rica y detallada que la de Gómara:

“Críanse sobre el agua de la lagunas de México unos como limos muy molidos y á cierto tiempo del ano que están más cuajados, cógenlos los indios con unos redejoncillos de malla muy menuda, hasta que hinchen los acales ó barcos dellos, y á la ribera hacen sobre la tierra ó sobre arena unas eras muy llanas con su borde de dos ó tres brazas en largo y poco menos de ancho, y échanlos allí á secar; echan hasta que se hace una torta de gordor de dos dedos y en pocos dias se secar hasta quedar en gordor de un ducado escaso; y cortada aquella torta como ladrillos anchos, cómenlo mucho los indios y tienense buenos; anda esta mercaderia por todos los mercaderes de la tierra, como entre nosotros (el queso); los que son de la sala de los indios es bien sabroso, tiene un saborcillo de sal” (Toribio de Motolinia, 1903, p. 327).

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Otro gran autor, cuyos textos son considerados entre los documentos más valiosos para la reconstrucción de la historia del México antiguo antes de la llegada de los conquistadores españoles, es el fraile franciscano Bernardino de Sahagún. Él conocía de cerca de los nativos, tanto así que su obra Historia Universal, en la que trata acerca de religiones y costumbres sociales, fue escrita por primera vez en náhuatl cerca del año 1550. La versión en español fue publicada 30 años más tarde y sólo se publicó hasta 1830. Su contribución acerca del tecuitlatl a pesar de ser breve no deja de ser interesante:

“Hay unas urrosas que se crian sobre el agua que se llaman tecuitlatl; son de color azul claro; despues hacen unas tortas de ello, y tostadas las comen” (Sahagún, 1831, p. 351).

El tecuitlatl en la Época Colonial.

En la época de la colonia, una de las más reconocidas autoridades fue la del naturalista Francisco Hernández, quien fue enviado por el Consejo de Indias para reportar acerca de la flora, la fauna y los minerales de la Nueva España y su posible explotación económica. Estos reportes fueron compilados entre 1570 y 1577, pero los manuscritos fueron extraviados y no se logró una publicación razonable sino hasta 1790 (Farrar, 1966).

En aquellos textos no se menciona el tecuitlatl, pero existe un compendio de las notas no publicadas en el que sí menciona el cieno en un capítulo que aparece bajo el título de minerales. Las notas se mantienen en manuscritos en español (Barreiros, 1929):


“Brota el tecuitlatl, que es muy parecido al limo, en algunos sitios del vaso del lago mexicano, y gana al punto la superficie de las aguas de donde se saca o se barre con redes o se apila con palas. Una vez extraído y secado un poco al sol y sobre yerbas frescas hasta que se seca perfectamente, y se guarda luego como el queso por un año. Se come cuando es necesario con maíz tostado o con las comunes tortillas de los indios. Cada venero de este limo tiene su dueño particular, a quien rinde a veces una ganancia de mil escudos de oro anuales. Tiene sabor de queso y así lo llaman los españoles, pero menos agradable y con cierto olor a cieno; cuando reciente es azul o verde; ya viejo es color de limo verde tirando a negro, comestible sólo en muy pequeña cantidad, y esto en vez de sal o condimento del maíz. En cuanto a las tortillas que se hacen de él, son alimento malo y rústico, de lo cual es buena prueba el hecho de que los españoles, que nada desaprovechan de lo que sirve al regalo del paladar, sobre todo en estas tierras, jamás han llegado a comerlas” (Ortiz de Montellano, 2003, p. 130).

Los españoles estaban confundidos evidentemente acerca de cuál debía ser la categoría más adecuada del tecuitlatl; no podían identificarla como planta (al no tener microscopios), a pesar de que se multiplicaba y más bien la dejaban en el campo de los minerales, pues en esa época se mantenía la creencia de que lo minerales procreaban también (Farrar, 1966).

A pesar de la invasión europea, la alimentación precolombina trascendió a nuestros días. Esta alimentación pertenece a una de las cuatro culturas consideradas como base de la humanidad, la sumeria, la egipcia, la china y la anahuáca. La unidad agrícola conocida como milpa generó a los siete guerreros de la alimentación, mencionados anteriormente junto con una extensa variedad de alimentos nutritivos como las verdolagas, los quelites, el cilantro, las pipizcas, los pápalos, los hongos de temporada y demás vegetales que, hasta nuestros días, forman parte de nuestra tradición y cultura. Los cronistas y relatores españoles fueron cautivados por la exquisitez de los manjares de la época y por la abundancia de productos, para ellos exóticos, que se ofrecían en los mercados (Quevedo et al., 2004).

Resulta interesante conocer lo que sucedió durante la época de la colonia con los usos y las costumbres del tecuitlatl, que con el paso del tiempo se usaba cada vez menos. La población nativa diezmó a causa de brotes repetidos de viruela, con lo que en aquellos primeros años de la ocupación española, en los que reinaba la confusión, milenarias tradiciones se perdieron (Farrar, 1966).

En cierto momento desconocido, probablemente cerca del año 1550, la práctica de cosechar y preparar el tecuitlatl tuvo que haber terminado; al punto que otros relatores de Indias como Acosta (1880), quien estuvo en México durante los años 1586 y 1587 ya no menciona al tecuitlatl.

Es así que los registros en la historia de este alimento ancestral se fueron perdiendo. Thomas Gage (1928), un general británico y fraile dominico que se convirtió en un predicador puritano, hace comentarios del tecuitlatl que parecen indicar que éste se seguía usando durante su estadía en México en los años 1625 y 1626. No obstante, al hacer una evaluación más profunda de sus escritos se puede demostrar que más bien son un plagio de los textos de Gómara.

Friedrich Heinrich Alexander, el Barón de Humboldt (1811), naturalista y explorador prusiano, no menciona en sus escritos al tecuitlatl. Sin embargo, esto puede deberse a que para los primeros años del siglo XIX, el desagüe del lago estaba ya muy avanzado y éste tan sólo ocupaba una fracción de lo que solía ser en los tiempos de la conquista (Farrar, 1966).

Después de la conquista y de acuerdo a las referencias y a los datos de la época, para los aztecas el tecuitlatl, a pesar de haber sido consumido antes y durante la conquista y sin efectos secundarios repo espirulinartados, empezó a caer en el olvido (1966).


 

La explicación acerca de qué ocurrió con el tecuitlatl, después de la conquista, aún permanece en el misterio. Parece que el sabor fuerte y característico del tecuitlatl no fue la causa de su desaparición como alimento durante la colonia, ya que en casi todas las referencias se menciona que el sabor era agradable al paladar y se le compara con el queso que se comía en España.

Los informes del uso del tecuitlatl fueron disminuyendo con el tiempo, a medida que los lagos se desecaban y menguaba su importancia, y la identidad de la sustancia nutritiva se perdió con el transcurrir del tiempo.

Por otro lado se sabe, de acuerdo a algunos escritos y reportes provenientes de la expedición belga Saharán, que los africanos, en las cercanías del Lago Chad, también tenían el hábito del consumo de esta microalga verde-azulada, cuya especie hoy se sabe que es Arthrospira platenses (Leonard, 1966). Es así que la clave para su identificación no vino de México, sino de un científico belga, Jean Leonard (1966), quien descubrió que unas tortas azules llamadas dihe, que comen los pueblos de las orillas del lago Chad , en el centro del África Occidental, estaban compuestas de la misma sustancia de algas que eran recogidas de la superficie del lago, secadas al sol en forma de panes, para luego comerlas con una salsa de tomates (es importante notar la semejanza con la descripción de Motolinía). Y lo más curioso es que, parece que todos estos ingredientes se introdujeron en Chad después de la conquista de México (Ortiz de Montellano, 2003).

Los naturalistas citan el tecuitlatl hasta el siglo XVI, pero no más tarde. Probablemente, su uso desapareció poco después de la llegada de los conquistadores, que desecaron los grandes lagos del valle de México para establecerse en los terrenos así ganados (Henrikson, 1994).

 

De tecuitlatl a espirulina, su redescubrimiento y uso en la actualidad.


Hasta los años sesenta predominaba un escaso conocimiento acerca de las propiedades terapéuticas y nutrimentales de la espirulina, y en la mayoría de los hogares mexicanos se había dejado de consumir. Sin embargo, parece que siempre permaneció un vago recuerdo en la memoria colectiva de los mexicanos, lo que ha impedido que se olvide por completo. La disminución notable en el consumo de la microalga puede deberse a que se dejó de cosechar de la superficie del lago de Texcoco. El crecimiento desordenado y acelerado de la zona metropolitana ha afectado seriamente la ecología de este ecosistema natural en el que la microlaga creció desde tiempos inmemoriales.

La espirulina se convirtió, con el transcurrir de los años, en un alimento poco conocido y casi olvidado. Inclusive, durante mucho tiempo, en la Colonia, resultó imposible identificar el crecimiento de esta alga en las aguas del lago de Texcoco. Los esquemas del desagüe del lago de 1607 a 1789 y precisamente los de 1885 a 1900 fueron seguidos de una gran expansión demográfica que alteraron radicalmente las tierras del ecosistema del Valle de México. Es así que el desuso del tecuitlatl pudo haber sido la consecuencia de la propia contaminación del lugar que ya no garantizaba la pureza del alimento (Farrar, 1966).

A pesar de su desaparición, casi por completo, hubo un hecho que propició el reencuentro con la microalga, el cual se detalla a continuación:

Fue hasta 1967 que se volvió a poner atención en la microalga, cuando en los tanques de evaporación de la industria Sosa Texcoco S.A. se observó que una especie desconocida de color verde-azul crecía, en la superficie, en grandes cantidades (Ramírez et al., 2006).

Irónicamente, el renacimiento de las granjas de cosecha de espirulina en el lago de Texcoco se produjo por un curioso accidente. Desde 1943 se formó la empresa Sosa Texcoco para extraer carbonato de sodio de las aguas alcalinas del lago. Una espesa capa, cuyo crecimiento era desconocido para sus acuicultores, cubría de verde-azulado la superficie de los estanques del lago (Challem, 1981). Sin saberlo la compañía, los estanques de destilación que ellos habían construido para ese propósito, sirvieron después para replicar las condiciones del crecimiento óptimo de la nativa espirulina. La empresa mexicana Sosa Texcoco S.A., a finales de los años sesenta, identificó una especie de alga verde-azul, no reconocida que crecía en el evaporador, mejor conocido como el caracol, en el lago de Texcoco, cuya ubicación se puede observar en los mapas (Cruickshank, 1998, p. 29 p. 121) en el Anexo I. Este hallazgo, que pronto se convirtió en una molestia, fue reportado en su momento al Instituto Francés del Petróleo , entidad que brindaba asistencia tecnológica a Sosa Texcoco. Después de un intenso intercambio de información, el Instituto informó a Sosa Texcoco que se trataba de un alimento ancestral, mismo que había sido identificado por el investigador belga Jean Leonard, mencionado anteriormente. Este alimento era consumido por la tribu de los Kanaembous en el norte de África. Esto motivó a ambas entidades a llevar a cabo estudios y experimentos encaminados al aprovechamiento del tecuitlatl, el cual fue identificado oficialmente como Spirulina maxima (ahora Arthrospira maxima). Como producto de estas investigaciones instalaron una planta de procesamiento en las orillas del Caracol del lago de Texcoco con una producción cercana a las 500 toneladas de espirulina seca al año (Sasson, 1997).

Sosa Texcoco S.A. se convirtió en una empresa que producía sales y alga espirulina. La empresa se ubicaba en el municipio de Ecatepec en el Estado de México, cerca de la colonia Jardines de Morelos. Esta empresa llegó a emplear hasta dos mil trabajadores.

A pesar de los esfuerzos de Sosa Texcoco en la comunicación de las propiedades nutrimentales y curativas de la microalga y al tratar de mezclar la espirulina con otros alimentos populares para introducirla en los desayunos escolares del DIF, no hubo el tiempo necesario para difundir con éxito estas propiedades, debido al cierre inesperado de la empresa. Uno de los intentos más famosos consistió en la elaboración de una receta que combinaba donas de chocolate con espirulina, las cuales no terminaron de satisfacer las necesidades gustativas del paladar de los niños mexicanos. Además, al hornear las donas, se ignoró el hecho de que muchos de los nutrimentos de la espirulina se deterioran con el calentamiento a altas temperaturas. No obstante, el factor más importante que afectó en las incipientes estrategias de comunicación de la espirulina en Sosa Texcoco fue el estallido de la famosa huelga, que ocasionó el cierre definitivo de la empresa, unos años más tarde (1997).

El día 23 de septiembre de 1993 estalló la huelga que duró varios años y, cuyo fallo, al final fue a favor de los trabajadores. La empresa permanecía en quiebra por lo que no pudo reabrir sus puertas y hasta el día de hoy permanece cerrada. Han habido diversos planes para las 800 hectáreas cuadradas que conformaban la propiedad de la empresa; desde la construcción del Aeropuerto Internacional de la ciudad de México, hasta diversos proyectos para la construcción de escuelas y bibliotecas. Sin embargo, la empresa se privatizó y sus terrenos han sido ocupados por grandes empresas constructoras, como la que se encargó de la construcción de la zona habitacional conocida como Las Américas (Mexican Labor News, 1999).

Sosa Texcoco era la empresa más importante del mundo en lo que se refiere a producción de microalgas. Su desaparición afectó severamente a la comercialización y comunicación de este alimento. Con el cierre de Sosa Texcoco, las empresas que se dedicaban a comercializar la espirulina se vieron en la necesidad de importarla de otros países lo que influyó, con el paso del tiempo, en la escasez del producto, ya que cada vez menos empresas tenían disponible este alimento ancestral.

Por segunda ocasión en la historia de este alimento en México, la espirulina se enfrentaba a la indeseable posibilidad de permanecer en el olvido.

No es sólo que se dejó de comunicar, más bien la microalga en México se dejó de consumir. No había espirulina, ni granjas que la produjeran, ni empresas que la vendieran. Aquel que deseaba adquirir la espirulina en México debía importarla de otros países. Algunos consumidores frecuentes de la espirulina de Sosa Texcoco acudían con frecuencia a sus instalaciones con el objeto de conseguir el alimento para su consumo personal. La empresa estaba en huelga y el acceso a las instalaciones era cada vez más restringido. Sin embargo, luego de hacer amistad con el personal de la empresa, lograron conseguir la espirulina que se había quedado en forma de polvo seco, en las bodegas. Esta espirulina no era de la mejor calidad y se terminó, al cabo de unos meses. No había más producto disponible en México. La escasez ocasionó que un grupo de investigadores y empresarios mexicanos, consumidores asiduos de este alimento se interesaran en el cultivo y la cosecha. Este evento marcó el comienzo de un proyecto que forma parte de uno de los esfuerzos más importantes para rescatar la producción, comercialización y difusión de la espirulina. Es importante señalar que estos investigadores y empresarios han participado en diversos proyectos con el Gobierno para tratar de rescatar la producción de este alimento ancestral en nuestro país. No obstante, debido a la contaminación ambiental de la zona del lago de Texcoco y al crecimiento indiscriminado de la ciudad de México. Actualmente este grupo emprendedor cultiva y cosecha la espirulina en uno de los ecosistemas más puros del planeta, el desierto de Atacama, al norte de Chile (Honorable Cámara de Diputados, 2004).
 

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